Dentro del marco del paro nacional, ha sido común escuchar la frase “rechazo todo tipo de violencia”. Presuntos candidatos presidenciales han hecho un llamado a “dejar el odio”, artistas plásticos gritan “sin violencia” y influenciadores en internet piden que “dejemos la rabia a un lado”. Del mismo modo, hemos visto como ciudadanos vestidos de blanco —presuntamente haciendo un llamado simbólico a la paz— se han autodenominado como “gente de bien” y han salido a dispararle a los manifestantes que se oponen contra el gobierno de Iván Duque. Estos pronunciamientos y acciones están respaldadas bajo el sesgo de que la rabia es una emoción mala y de que quien sale a protestar es alguien que se está quejando y que no está haciendo nada para cambiar su entorno. ¿Por qué estos llamados que podrían comulgar con principios de espiritualidad resultan ser desactivadores políticos? ¿De qué manera los principios de las prácticas espirituales han sido tergiversados y mercantilizados para mantener el orden del status quo? ¿Qué tan de bien es la gente de bien?