Este episodio presenta a Ana Freire, especialista en tecnología y salud mental, quien desarrolló un algoritmo de inteligencia artificial que previene suicidios a través del análisis de redes sociales. Su proyecto, conocido como STOP (Suicide Prevention in Social Platforms), es un ejemplo de cómo la tecnología puede tener un impacto positivo en la salud mental.
Capítulos
La decisión de una carrera inesperada
Ana Freire inicialmente quería estudiar medicina pero optó por ingeniería informática, encontrando su pasión en la informática biomédica. Descubrió el poder de la tecnología en la investigación médica.
El nacimiento de STOP
Tras encontrarse con una publicación de suicidio en redes sociales, Ana decidió crear un sistema que identifique usuarios en riesgo mediante inteligencia artificial para ofrecerles ayuda.
Desafíos en el camino
Ana enfrentó obstáculos significativos: desarrollar un proyecto de impacto social, establecer un equipo multidisciplinar sin financiamiento inicial, y superar la resistencia a la innovación tecnológica.
Éxito tras la innovación
Pese a restricciones éticas y de privacidad, Ana encuentra una solución anónima y legal para su proyecto, que logra incrementar significativamente las llamadas a líneas de ayuda.
Conclusiones y reflexiones
Ana concluye que la informática puede salvar vidas, y que la persistencia junto con la tecnología son herramientas poderosas para lograr un cambio positivo.
Conclusión
El proyecto STOP demuestra cómo puede integrarse la inteligencia artificial en contextos sociales complejos para salvar vidas. A través de perseverancia, Ana Freire logró superar barreras significativas y su trabajo ha tenido un impacto tangible en la prevención del suicidio.
Menciones
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Difícil decisión para tomar con tan solo 18 años. Pero al final hice una apuesta de futuro y me decidí por la segunda de mis vocaciones, ingeniería informática. Tendría trabajo asegurado, pero ya no podría acudir al grito de auxilio de necesito a un médico para salvarle la vida a alguien. Casualmente, mi primer trabajo fue en informática biomédica. Yo desarrollaba modelos computacionales para identificar proteínas en imágenes médicas y así mejorar el diagnóstico, o aplicaba algoritmos de inteligencia artificial para analizar secuencias genéticas y así entender mejor enfermedades como la esquizofrenia. Ahí me di cuenta de que realmente la informática era clave para la investigación y la práctica médicas. Y pensé, oye, pues quizás no es tan raro escuchar en un futuro «necesito la informática para salvarle la vida a alguien». Ahí me di cuenta, efectivamente, del gran poder de esto. Y diez años más tarde, fijaos cómo son las cosas, tras un doctorado, vida en tres países diferentes y muchas horas sin dormir, comenzaba el que iba a ser el proyecto de ingeniería que me iba a dar mayor satisfacción personal y profesional, aunque no empezó de la mejor de las maneras. Un día en una red social, navegando, me encontré con la publicación de una chica americana que anunciaba su suicidio inminente. Vi la fecha de la publicación, me di cuenta de que era antigua, entonces fui a leer directamente los últimos comentarios que habían hecho sus contactos. She's gone. La policía había llegado a su casa, pero demasiado tarde. Quizás mi vocación investigadora hizo que en lugar de cerrar aquella pestaña y olvidarme de lo que había visto, quisiese saber más acerca de por qué esta mujer había llegado a tomar esa decisión fatal. Y empecé a leer sus publicaciones anteriores en esta red social. Enseguida me di cuenta de que era una persona que arrastraba una depresión desde hacía tiempo, era una persona a la que no le gustaba su cuerpo, detestaba la imagen que veía en el espejo, había dejado pistas. Y ahí pensé, ¿cómo es posible que no exista un sistema que rastree las redes sociales para encontrar usuarios en riesgo y ayudarles de alguna manera antes de que sea demasiado tarde? Obviamente hacer esto de manera manual es muy complicado, sobre todo por el número de publicaciones que se generan en redes sociales por segundo. Pero yo conocía el potencial de la informática y sabía que eso era una tarea sencilla para un algoritmo. Y ahí nació STOP, Suicide Prevention in Social Platforms, o Prevención del Suicidio en Redes Sociales. Un proyecto que estudia enfermedades mentales en redes sociales mediante inteligencia artificial para ofrecer ayuda a usuarios en riesgo. para ofrecer ayuda a usuarios en riesgo. Era un proyecto de aplicación social, era un proyecto multidisciplinar, era un proyecto innovador. Pero lo que yo pensaba que eran tres ventajas se convirtieron en los tres principales obstáculos de mi proyecto. Primer gran obstáculo, proyecto de impacto social. Por aquel entonces los proyectos de impacto social eran bienvenidos en todos los ámbitos, excepto en el académico. En universidad, la investigación más valorada era la básica, la teórica, la que daba lugar a las publicaciones de alto impacto, aunque muchas veces no tenía una aplicación directa en la sociedad. Os podéis imaginar que para mí fue realmente complicado desarrollar un proyecto de impacto social en una universidad, sobre todo cuando lo que escuchaba por los pasillos era, si realmente quieres una plaza en la universidad, entonces dedícate a investigación básica. Me costó tomar la decisión, pero llega un momento en la vida en el que priorizas lo que quieres hacer a lo que tienes que hacer. Y seguí con mi proyecto de impacto social. Perdí la plaza. Afortunadamente, os puedo decir que años después, el proyecto ha conseguido publicaciones de alto impacto, tesis de grado, tesis de máster, incluso una tesis doctoral. Segundo gran obstáculo que me encontré en mi proyecto. Proyecto multidisciplinar. A todos nos encanta decir que hacemos proyectos multidisciplinares, pero son todo un reto porque implican la confluencia de diferentes áreas de conocimiento que necesitan comunicarse de una manera muy fluida y no siempre esto es fácil. Siempre esto es fácil. En mi caso lo complicado fue extraer el conocimiento de la parte de salud mental. Yo era informática, sabía cómo recopilar datos, cómo analizarlos, cómo programar algoritmos de inteligencia artificial, pero no tenía ni idea de psicología ni de psiquiatría. Además estaba sola y no tenía financiación. Os podéis imaginar que esto era muy poco invitante para encontrar colaboradores. Envíe decenas de correos electrónicos a psiquiatras, psicólogos, terapeutas y nunca recibía respuesta o recibía una respuesta negativa. Hasta que un día, contrariamente a lo que yo misma pensaba, recibí respuesta por parte de una de las figuras clave de la salud mental en Cataluña. Quería colaborar conmigo. Ahí supe que podíamos hacer algo bonito. Hoy en día el proyecto lo forman siete instituciones a nivel internacional, entre universidades, centros de investigación, fundaciones y hospitales, de España, Suiza y Francia. Tercer gran obstáculo que me encontré en mi proyecto, proyecto innovador. No siempre la innovación es bien recibida y os voy a poner un ejemplo. Seguramente que muchos y muchas de los que estáis aquí estáis vacunados con Pfizer o con Moderna o incluso con las dos. Bien, pues la investigación de ARN mensajero, que subyace tras estas vacunas, fue desestimada hasta nueve veces antes de ser considerada para ponerse en práctica. Incluso la científica húngara Catherine Caricó, que fue una de las mayores desarrolladoras de investigación en ARN mensajero, perdió su plaza en la universidad porque su investigación se consideraba demasiado radical. Hoy en día recibe premios a nivel internacional por haber salvado la vida de millones de personas. Pero lo raro, lo desconocido, lo que nos saca de la zona de confort muchas veces genera rechazo. Mi proyecto también era innovador y también generó rechazo. Mezclaba la inteligencia artificial con la salud mental. Apenas había financiación por aquel entonces para proyectos de salud mental y mucho menos cuando le añadíamos el ingrediente de la inteligencia artificial. ¿Qué podía hacer la tecnología por la salud mental cuando lo único que hace es empeorarla? Es cierto que se relaciona con adición, con estrés, con ansiedad, pero todo lo que tenemos a nuestro alrededor puede ser utilizado para bien o para mal y yo estaba defend defendiendo el uso benévo de la tecnología. Bien, pues afortunadamente conseguí financiación, pude contratar a una persona y cubrir los gastos de investigación durante cuatro años. Lo tenía ya casi todo, solo me faltaba el último paso, que era pasar la revisión del comité de ética. Yo estaba tranquilísima, porque ¿qué hay más ético que salvar vidas? Me llega la resolución de la revisión ética, tu proyecto no se puede realizar. En Europa, por temas de privacidad de datos, no puedes rastrear la red social de un usuario sin su consentimiento, incluso aunque su cuenta esté abierta, o incluso aunque sea para salvarle la vida. Me informé con expertas y con expertos en el tema y todos me daban la misma respuesta. Tu proyecto no se puede realizar. Y yo preguntaba, ¿y entonces cómo puedo hacer para llegar al objetivo de ayudar a gente en redes sociales? Pero a esta pregunta nunca encontraba respuesta. Os podéis imaginar mi frustración cuando ya lo tenía casi todo preparado. Dejé el proyecto en descanso por un tiempo, pero no con la idea de cancelarlo y cerrar el proyecto, sino con la idea de buscar una solución para poder conseguir el objetivo inicial. No sé dónde encontráis vosotros la inspiración, pero a mí muchas veces me pasa haciendo las tareas más cotidianas. Y un día en la ducha pensé, pero vamos a ver, si las empresas pueden llegar a potenciales clientes a través de campañas publicitarias, hagamos lo mismo. En lugar de rastrear las redes sociales para detectar usuarios en riesgo, identificarlos y lanzarles algún mensaje o algún tipo de ayuda de manera individual, lo que vamos a hacer es estudiar cómo se comportan usuarios completamente anonimizados en redes sociales y extraer algún patrón de comportamiento común a estos usuarios. Y después lanzar campañas con teléfonos de ayuda a usuarios que encajen dentro de estos perfiles. Lo hacemos todo de manera anónima. Esto sí era legal, sí era ético, sí se podía hacer, sí respetaba la privacidad de los usuarios. Nos pusimos a trabajar. Definimos tres perfiles a estudiar. Perfiles con tendencias suicidas, perfiles de usuarios con depresión, porque detrás de un 90% de tendencias suicidas generalmente hay una enfermedad mental y depresión es la más habitual, y un tercer perfil que era el perfil de trastornos de la conducta alimentaria, que en sus casos más graves también pueden demostrar conductas autolíticas. Nuestros algoritmos analizaron texto, imagen, actividad y comportamiento de los usuarios en redes sociales y llegaron a la conclusión de que, por ejemplo, el perfil más habitual de un usuario con anorexia en redes sociales es una mujer con menos de 29 años, de hecho, el 60% es de menos de 19 años, y con intereses en dietas veganas, vegetarianas, ejercicios muy extremos, pérdida de calorías muy rápida. Y nuestros algoritmos decidieron también un perfil para depresión y un perfil para tendencias suicidas. Con estos tres perfiles definidos lanzamos tres campañas publicitarias en redes sociales mostrando el teléfono de la esperanza y el teléfono de prevención del suicidio, campañas destinadas a usuarios que encajasen dentro de esos tres perfiles. Esta campaña se lanzó durante 24 días y llegó a más de 667.000 personas de todo el territorio español. La primera tarde que lanzamos la campaña, recibí una llamada de la fundación que aloja estos teléfonos diciéndome que habían recibido ya tres llamadas de tres personas que habían conocido el teléfono a través de nuestras campañas dirigidas mediante inteligencia artificial. Y además, una de estas personas se trataba de un suicidio inminente. Cuando terminó la campaña, nos dieron el dato. Nuestro proyecto había conseguido incrementar en un 60 % el número de llamadas al teléfono de La Esperanza provenientes de redes sociales. Cuatro años después de haber leído aquella fatídica publicación en redes sociales, nuestro proyecto estaba ayudando a personas reales. Nunca desestiméis el poder de la tecnología sumado al poder de la persistencia humana, porque son una combinación muy, muy potente y que además me ha permitido descubrir que efectivamente la informática también puede salvar vidas. Muchas gracias. en TED en espanol.com o donde escuches tus podcasts. Soy Jerry Garbulski y te espero en el próximo episodio. Hey, it's Nikayla from SideHustle Pro. From a local business to a global corporation. Partnering with Bank of America gives your operation access to exclusive digital tools, award-winning insights and business solutions so powerful ¡Gracias!