Para que no me olvides: Entrevista imaginada con Guillermo Cano

Para que no me olvides: Entrevista imaginada con Guillermo Cano

21 de dic de 2024

Este episodio del podcast "A Fondo" se centra en una entrevista imaginada con Guillermo Cano, el director del diario El Espectador asesinado en 1986. La serie de podcasts, impulsada por la FLIP, busca rescatar su memoria y esclarecer su legado periodístico en Colombia. Lucas Ospina, artista plástico, adopta el papel de Cano en esta entrevista ficticia mientras que es guiada por María José Medellín Cano, su nieta, quien es periodista del mismo medio. Junto a ellos se revisa la trayectoria de Cano, su visión del periodismo y su influencia en el panorama del periodismo colombiano de los años 80 y 90.

Capítulos

El Atentado y legado de Guillermo Cano

El podcast se centra en recordar el legado de Guillermo Cano, director de El Espectador, asesinado en 1986. Este episodio rescata su memoria a través de una entrevista imaginada realizada por Lucas Ospina, con las preguntas de su nieta María José Medellín Cano, mostrando cómo era trabajar en el periodismo colombiano durante las décadas de los 80 y 90.

El Rol de Guillermo Cano en El Espectador

Guillermo Cano era más que un director, representaba un modelo de periodista comprometido que supervisaba todos los aspectos del periódico desde la selección de imágenes hasta los editoriales. Fue conocido por su frase memorable 'a sangre y fuego' durante la toma del Palacio de Justicia. Su vida diaria era un ejemplo de dedicación inquebrantable al periodismo.

Influencia y censura en el periodismo colombiano

Las experiencias personales de censura de Guillermo Cano y su dedicación a la verdad en el periodismo ilustran el paisaje mediático desafiante de la época. Enfrentó censuras tanto del gobierno como de organizaciones privadas, siempre manteniendo la integridad del periódico por encima de presiones externas.

Reflexiones sobre el narcotráfico y su impacto social

Cano era un crítico declarado del narcotráfico y su penetración en la política colombiana. Sostuvo que más que un problema de financiación, Colombia enfrentaba un déficit moral. Insistía en la responsabilidad del periodismo para descubrir la verdad ante la manipulación de la información, una lucha que aún es relevante.

Conclusión

El episodio destaca la figura de Guillermo Cano no solo como un mártir del periodismo que se enfrentó a Pablo Escobar, sino como un símbolo de la integridad periodística y la libertad de prensa en Colombia. Su legado perdura en la necesidad de seguir investigando y defendiendo la verdad, inspirando a las nuevas generaciones de periodistas.

Menciones

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Salió del parqueadero del espectador del edificio que quedaba en la 68 y cuando iba a hacer la U para acoger esa avenida en dirección norte, rumbo a su casa, unos sicarios dispararon contra su vehículo y Guillermo murió casi que al instante. Muchísima atención, acaba de cometerse un atentado contra el director del diario El Espectador aquí en la ciudad de Bogotá, don Guillermo Cano. Y a pesar de los esfuerzos realizados por el personal médico y paramédico, no fue posible rescatarle las lesiones que definitivamente... Han pasado 38 años desde entonces y su muerte, como la de tantos periodistas, sigue impune. En esta serie, impulsada por la FLIP, para que no me olvides, queremos rescatar la memoria de Guillermo Cano, para que las nuevas generaciones que escuchan este podcast conozcan quién fue realmente Guillermo Cano. En esta ocasión, la entrevista imaginada que hace Lucas Ospina, artista plástico, además de muchas otras cosas, es con Guillermo Cano. Conversaremos con él desde donde esté para que nos cuente muchas cosas que ustedes no saben sobre lo que era ser periodista en las épocas de los 80 y de los 90 y de cómo Guillermo Cano concebía el periodismo. Este viaje lo vamos a hacer no sólo de la mano de Lucas Ospina, sino también de María José Medellín Cano, una nieta que si bien no lo conoció, pues lo ha tenido tan presente que es la única de esa generación que se dedicó al periodismo. Desde hace 10 años trabaja en El Espectador y es actualmente la editoria judicial de ese diario. La introducción va a ser leída por María José Medellín Cano. Ella va a hacer las preguntas en la entrevista imaginada. Y quien las va a responder va a ser Lucas Ospina, que para esta misancen va a adoptar el rol de Guillermo Cano. No soy más que un periodista. Entrevista imaginada con Guillermo Cano. No soy más que un periodista. Entrevista imaginada con Guillermo Cano. Guillermo Cano es un hombre delgado, de mediana estatura, con cabello plateado y desordenado. Frente amplia, piel gruesa, afeitada ras y unas gafas grandes de carey que le escurren hasta el borde de la nariz. Su espalda ancha y ligeramente encorvada refleja el paso del tiempo y el cansancio acumulado. Siempre luce impecable, un traje de diseño modesto, pero bien cortado, camisa blanca y pantalones templados sujetos por cargaderas. A diario, Guillermo Cano recorre kilómetros por la amplia sede del Espectador en la avenida 68 de Bogotá. Con el corre-corre del día anda miles de metros y al año corre maratones completas. En sus 34 años como director del periódico ha acumulado varias vueltas al mundo del periodismo. En la sala de máquinas se encorva con los antojos sobre la frente para examinar las primeras pruebas de las fotografías que ocuparán la primera página del día siguiente. Guillermo Cano no solo escribe el editorial, selecciona imágenes y caricaturas, organiza y titula la primera página, revisa todas las columnas, orienta a los reporteros y en muchas ocasiones titula las secciones. Es un maestro del titular. Durante la toma y retoma del Palacio de Justicia, mientras el Consejo de Reacción debatía sobre cómo resumir esa tragedia en curso, Guillermo Cano lanzó un titular que saltó directo al papel, a sangre y fuego. 261 años. Llevo más de tres décadas trabajando a tiempo completo en el periódico. Trabajo todos los días, incluidos domingos y festivos. Mi jornada diaria, aunque no tiene un límite, suele ser de algo más de ocho horas. Y todo mi patrimonio, tanto material como espiritual, está completamente vinculado a la empresa que edita El Espectador, dice. Cuando visita la finca familiar de Fidelena, por San Antonio del Tequendama, a unas horas de Bogotá, se mantiene en contacto con la redacción por medio de un radiotelefono conectado a su camioneta Subaru. Allí, entre el monte, pasa varias horas y busca siempre el mejor lugar para no perder la señal. Luego se pierde con Adelaida, su nieta mayor, Le da frunas, se meten a la piscina helada y más tarde, como el abuelo siempre está al día en avances tecnológicos, ven los pica piedra en un televisión portátil. Guillermo Cano es como un padre para todos en el periódico. No se encierran su oficina. Va de escritorio en escritorio conversando con los periodistas, con las empleadas que empujan un carro metálico sirviendo café y algunas aguas aromáticas dulcísimas. Deja un rastro de humo mentolado de cigarrillos cool a medio consumir por los ceniceros que encuentra en camino, aunque sufrió un infarto leve hace más de 10 años. A veces escribe en su oficina, pero también lo hace en un escritorio que tiene ahí en el corazón de la sala de redacción, concentrado en medio del ruido de 32 terminales, 350 teléfonos, cuatro salas de grabación y más de mil empleados que consumen hasta 12 libras de café diarios para transformar en un solo día un lienzo en blanco en periódico. ¿Qué tienes para hoy? Es su pregunta habitual a periodistas novatos y veteranos. Guillermo Cano, con sus silencios, saludos o breves apuntes, calibra el estado de ánimo de la redacción y marca sus ritmos informativos. Tiene olfato periodístico. Sabe que un aguacero puede ser noticia, que un certamen deportivo puede devenir en conflicto político, que un volcán puede causar una tragedia o que entre los archivos del periódico está la foto que reveló que el nuevo honorable senador que hoy fue es y será un pequeño hombre, pero infame criminal y cobarde bandido. ¿Qué hay, qué hay? Es su saludo mientras recorre la sala en busca de chivas. ¿Qué pasó? Pregunta después de un largo silencio que pesa como un piano. Ese es el tono de sus reclamos cuando la competencia logra quedarse con una noticia, pero si alguien quiere verlo molesto, basta provocar una rectificación. ¿Por qué no consultó antes de escribir? Primero confirme y luego informe. Jamás pasa el grito. solo hay una advertencia, si el Santa Fe perdió el domingo, lo mejor es no hablarle el lunes. El único lugar donde se ha visto Guillermo Cano decir una grosería es en el Estadio El Campín. Los árbitros son su punto débil. Su rutina en la sala de redacción gravita alrededor de los buzones de correo, donde diariamente clasifica las cartas tras leerlas por encima. Cerca de ahí está la sección deportiva, donde comenta con Mike Forero y los demás sobre la fecha del fútbol. Afina las colaboraciones que firma como analítico o discute con el mago Dávila, experto en hípica, cómo sellar el 5 y 6 de las apuestas. Al lado está la sala de telex, con máquinas que escriben día y noche lo que veían los corresponsables nacionales y cables internacionales en largas sábanas de papel y otras que impriman fotografías. Detrás de sus maneras suaves y un tanto evasivas, dice su amigo García Márquez, se esconde la terrible determinación de su carácter. Y añade, nunca conocía a nadie más refractario a la vida pública, más reacio a los honores personales, más esquiva a los halagos del poder. Es un hombre de pocos amigos, pero los pocos son muy buenos. Y yo me siento uno de ellos desde el primer día, cuando, por una martingala suya, me llevó a la redacción de su periódico, casi a la fuerza. A pesar de mis reticencias a volver a Bogotá tras la amargura experiencia del 9 de abril, mordí el anzuelo, para fortuna mía, como redactor de planta durante tres años y como un amigo sin formalismos y un colaborador incondicional, contra todas las tormentas de este mundo y del otro hasta el día de hoy. La entrevista tiene lugar en su oficina, ubicada en la esquina nororiental de la redacción. En la sala de espera, el visitante está rodeado de una multitud. Alfonso López, Carlos Lleras, Julio César Turbay, Pablo Picasso, Mao Zedong, Golda Meier, Winston Churchill, Isabel de Inglaterra y la otrora reportera Jackie Kennedy. Son obras creadas con la virtuosa economía del dibujo de Héctor Osuna, un artista que es patrimonio vivo del periódico y cuya obra refleja las enseñanzas del director del espectador sintetizadas en la máxima, aprender a cabalgar sin pisar las flores. Cuando Guillermo Cano llega, parece querer arrepentirse. Dice que no le gusta ser entrevistada, que le huya la oficialidad y añade, yo tengo muy poca memoria, una pésima memoria, una memoria torpe, pero en cambio todo cuanto de inolvidable ha sucedido en mi vida ha ido a grabarse para siempre en el corazón. Pero al hablar de lo que le apasiona se relaja, se torna espontáneo y olvida que está en una entrevista. Es silencioso, tímido, no alarde de su poder de palabra, sino que se asombra con su capacidad para callar, alternando silencios con estridentes carcajadas, como la que hizo temblar la grabadora al contar cómo García Márquez y Eduardo Salamea brindaban con gran dilocuencia por El Espectador, el mejor periódico del mundo. Guillermo Cano advierte que su oficina es de puertas abiertas y que pueden interrumpirnos. Dice esto y entra su colega Argos, el pescador de gazapos y gazaperas de la redacción, y le deja en su escritorio varias hojas con anotaciones. Para romper el hielo, con su guiño, varias hojas con anotaciones. Para romper el hielo, con su guiño, confiesa que ha robado con permiso todos los dibujos de Zona de la Entrada. En su baño privado, con las ventanas abiertas, hay un cenicero para evitar recriminaciones familiares por su salud. El suyo es un escritorio de periodista. Papeles, libretas, pilas de cartas, prensa del día, plumas, libros recién editados y un pequeño museo de papelitos, documentos e invitaciones a una cantidad de eventos a los que no asistirá. Entre fotos familiares dispersas hay normas gramaticales, listas de anglicismos, galicismos y barbarismos bajo el vidrio del escritorio. Encima de su máquina de escribir, un portento de hojas presadas con unas finas tijeras italianas que hace de pisapapeles. ¿A usted quién le enseñó el oficio periodístico? A mí, nadie. Risas. Yo diría que mi primera investigación, seria, fue sobre Ana María Busquets, mi esposa. Me averiguaba con las amigas en el colegio a qué cine iba, y allí me aparecía para verla en la salida del teatro. Si ella iba a fútbol, allá estaba yo. En la Plaza de Toros, igual. Ella decía que yo me la aparecía hasta en la sopa. ¿Y cómo comenzó? Conocer al abuelo, al que nunca vi en persona, fue un proceso lento. A los 10 años me dijeron que había ido a la cárcel por defender a sus amigos pobres y políticos. Para mí, a esa edad, era difícil entender que un hombre pudiera ir a la cárcel por defender sus ideas, un periódico, unos amigos. Más tarde comprendí que, cuando se defiende honradamente un principio de justicia, no importan ni el fuego, ni el terror, ni la cárcel. A los 15 años recibí en mis manos una colección de sus editoriales recortados y pegados en un viejo catálogo de tipos ese fue un contacto conmovedor inolvidable con su prosa limpia pura y exacta en ese momento como cada vez que tomo un pedazo de papel escrito por él sentí profundamente mi propia debilidad intelectual apenas me gradué del gimnasio moderno entré al espectador con la inquietud temor y timidez de quien se sabe inexperto en los gajes del oficio mi primer desafío fue escuchar a mi padre gabriel el director dar instrucciones a reporteros y cronistas cuando me presentó en la redacción enseñenle lo que ustedes ya saben y que se meta al barro recogiendo noticias, buscando chivas, no importa qué tan desagradables sean. Y que se unte de tinta aprendiendo a armar las páginas del periódico, a leer al revés, y no lo elogien, regáñenlo. Fui un aprendiz de periodismo con Alba de Novillero, como lo dijo Jorge José Salgar, que es mi maestro, colega y compañero de mil batallas acá en la redacción. Aprendí cómo se insertaban los avisos, se pulía la información cepillando los moldes o aplicando la sierra. El privilegio de asomarse primero a la edición y detectar los errores. El derecho de volverse cajista y ordenar las letras, las oraciones, los párrafos. Pasé con mis manos por la herencia del dinotipo como misterio de iniciación antes de convertirme en redactor del periódico sin firma ni rango y luego, a los 27 años, fui nombrado director y a los 28 me casé con Ana María. Todo mi patrimonio, tanto espiritual como material, está íntegramente vinculado a la empresa que edita El Espectador. íntegramente vinculado a la empresa que edita El Espectador. ¿Qué más llamó su atención de su abuelo Fidel Cano, fundador de El Espectador en Medellín en 1887? Había algo, sobre todo, que me impresionaba. En dos cortas columnas de periódico, escritas con un estilo magistral, mi abuelo analizaba cada día un aspecto de la vida colombiana. Ninguna arista de las actividades ciudadanas escapaba a su inteligencia. Trataba con la misma propiedad temas políticos, que también conocía, y literarios. Con igual corrección abordaba un problema de límites o la inconveniencia de la pena de muerte. Nunca olvidaba a los necesitados, los perseguidos ni los humildes y también opinaba sobre los poderosos, los ricos y los orgullosos algunas jerarquías de la Santa Iglesia olvidan que los primeros periodistas fueron San Marcos, San Lucas, San Mateo y San Pablo los apóstoles que narraron el primer gran hecho de la actualidad, la crucifixión de Cristo hoy resulta entre divertido y patético saber que la diócesis de Medellín, por medio del obismo Bernardo Herrera Restrepo, prohibió en ese momento a sus feligreses la compra y lectura del espectador, convirtiendo en pecado mortal el acto ilustrado de conocer verdades distintas a las profesadas. No deja de ser significativa la censura que durante meses se cernó sobre el periódico. Y extrañamente actual. motivo de la censura que durante meses se cernó sobre el periódico. Y extrañamente actual. Sí. Por ejemplo, me contaba en estos días nuestro nuevo periodista, Ignacio Gómez, que en el Magdalena Medio, la mafia del narcotráfico y su grupo de anticomunistas sacó una revista con un inserto que decía Si quieres al Magdalena Medio, no compres el espectador. Sí, aunque yo me refería más a otras censuras anteriores. Sí, las cometidas por políticos y otros caballeros de industria. La censura oficial me ha tocado vivirla en carne propia en muchas ocasiones. Cuando el periódico criticaba las obras del Canal del Dique, por ejemplo, fui llamado al despacho del ministro Jorge Leiva, amigo personal de Álvaro Gómez, donde me amenazaron durante más de tres horas para que retirara mis palabras. El periódico de hora despertino en esa época, pero yo nunca retiré ni una sola palabra. Eso fue lo que me enseñaron mi padre y don Luis Cano. Perdí las cuentas de las veces que el ministro Leiva dio órdenes de bajar el periódico del avión para revisarlo. Después de la dictadura de Rojas, no hemos vuelto a vivir una censura oficial directa, pero sí indirecta. El Congreso, por ejemplo, ha batado a favor de costosísimos impuestos al papel. Entidades oficiales han retirado su propaganda de los medios de comunicación cuando éstos hacen lo menor crítica a sus procedimientos. Eso es muy preocupante. La censura económica la hemos vivido también en este periódico, especialmente cuando realizamos las investigaciones por las irregularidades cometidas con los fondos de inversión del Grupo Gran Colombiano. Cuando el Grupo Gran Colombiano, propietario del 60% de la banca, y su director Jaime Mikkelsen ordenaron a sus empresas y deudores retirar su publicidad de las páginas del Espectador. ¿Recibieron ustedes alguna forma de solidaridad de otros periódicos importantes? Ninguna. No solo no nos apoyaron, sino que, en el caso de El Tiempo, por ejemplo, fueron mal intencionados. Cada vez que publicábamos algo, ellos se dedicaban a contrainformar para hacernos aparecer como mentirosos. En cambio, obtuvimos una respuesta importante de la gente del común en Colombia. Sentimos su respaldo económico y moral. Siempre, a través de toda la historia del periódico, hemos recibido el apoyo de sectores importantes de la sociedad colombiana, como recurrió durante los gobiernos de Ospina, Ordaneta y Rojas, que multaban al periódico y, con frecuencia, a la dirección llegaban cheques superiores a la multa. Por muy grande que sea el poder al cual uno se enfrenta, siempre encuentra amigos en el camino. ¿Qué hubiera sucedido si, en lugar de denunciar hechos tan graves, este periódico hubiera guardado silencio, como lo aconseja un editorial de El Tiempo, dice que por razones de elemental conveniencia, conveniencia para quién, tal vez para los medios y revistas hacia donde sí fluyó la pauta, no para Colombia, no para la opinión pública, cuyo escepticismo crece y cuya fe en la libertad desaparece, viendo que los poderosos y los prepotentes se apoderan del país con el silencio de quienes tienen obligación moral de defenderla. En El Espectador no vendemos, no hipotecamos, no cedemos nuestra conciencia ni nuestra dignidad. ¿Y la autocensura? ¿No existe para usted esa limitación? Claro que sí. Después de escribir algo, vuelvo a leerlo con cuidado. No para no decir las cosas, sino para decirlas bien dichas. Uno debe apasionarse demasiado, debe procurar siempre la veracidad y, sobre todo, ser muy responsable. Hay que sopesar todas las consecuencias que se pueden derivar de las palabras. La mayor cualidad que encuentro en Ana María es que, cuando estoy ausente o callado, ella no me insiste demasiado. a María es que, cuando estoy ausente o callado, ella no me insiste demasiado. A veces, con el número, en un cúmulo de noticias negativas que recibo, entro en un estado de desaliento y me encierro en un profundo silencio. No me provoca comentar las cosas del día con nadie en la casa, aunque dices que, dicen que a veces es mejor hablar. Por eso, lo mejor que tiene Ana María es que sabe entender mi silencio. ¿Cómo son las relaciones laborales con ella? Porque en el periódico usted es el director y ella una redactora. ¿Se han llegado a presentar conflictos ideológicos? Risas. No. Yo, como director, soy muy respetuoso de mis periodistas. Creo en ellos y por eso, mientras no injurien a nadie, no me atrevo a cambiarles una coma, una palabra. Claro, hay veces que pienso que no tiene razón, pero tienen todo el derecho a expresarse. Cuando ocurre un hecho importante, ¿cómo hace usted para discernir entre todas las versiones que se le presentan? ¿Cuál es la más veraz? ¿Cuál es la más confiable? Yo tengo una gran confianza en mis redactores. Le creo a aquellos que me han dado garantía de sus palabras. El periodista debe tener su propia versión de los hechos, más allá de los comunicados oficiales. Los comunicados oficiales también los publicamos, pero no creemos que en ellos se recoja toda la verdad. Nosotros confiamos en las personas serias, así su versión coincida o no con las declaraciones oficiales que a veces pueden manipular la realidad de los hechos. ¿Cuáles son para usted las limitaciones más grandes que tiene un periodista? Los periódicos enfrentan diariamente el problema de su espacio vital. Estamos delimitados en principio por la oficina de publicidad, donde diariamente nos marcan el bote, es decir, el plan de armada que define el espacio destinado a la información. A partir de allí, cada jefe de sección debe escoger las noticias y decidir cómo repartir equitativamente ese espacio. Todos los corresponsales se quejan de que en Bogotá se incurren errores centralistas, y seguramente tienen razón, porque a veces es difícil apreciar a distancia la importancia de un material por una región en la cual uno no vive. Lo más lamentable de la economía implacable del espacio es no poder incluir suficientes buenas crónicas en el periódico. Para nosotros, la crónica es el género de mayores posibilidades que más que mayores probabilidades ofrece para desarrollar una información con un enfoque humano. Muchas veces las crónicas no han podido salir a la luz porque las noticias urgentes se imponen. Como cuando publicaron en varias entregas el relato del náufrago redactado por García Márquez. Sí, en 1955, cuando apareció en la prensa la historia del marinero Velasco, García Márquez nos dijo a José Salgar y a mí que eso era un pescado muerto y podrido, pues el héroe ya lo había contado en varios medios y había recibido mucha publicidad con ello. Con Salgar le insistimos que se reuniera con él y contara el cuento como era, pero eso resultó pendejísimo, pues en Náufrago apareció, echó su historia y ya. Publicamos un artículo sin mucho más para aprovechar, pero a los pocos días el personaje se presentó de nuevo en la redacción porque quería hacer públicas unas quejas. Para entonces, en el periódico, todos creíamos que esa noticia ya estaba muerta. Sin embargo, como director, le dije a Gao, trata de sacarle pelos a la calavera. Y le insistimos con Salgar para que se reuniera con Velasco, lo escuchara e intentara obtener datos y testimonios nuevos. Él accedió a regañadientes. Nos dijo que hiciéramos una entrega, pero que no la firmáramos. Sacó la crónica y a partir de la segunda entrega el tema tomó fuerza. Después vinieron las demás entregas que se convirtieron en una gran crónica que luego encontró una nueva vida en un libro. ¿De dónde salió el nombre Libreta de Apuntes? Ese nombre me lo sugirió mi papá cuando dejó de escribir y me pidió que lo reemplazara con una columna los domingos. Él me aconsejó que, durante la semana, fuera haciendo apuntes en papelitos de las cosas que se me iban ocurriendo para luego armar la columna. Eso coincidió con la sugerencia que ya me había hecho mi amigo de Santa Marta, el capitán Ospina Navia, y lo he venido haciendo conjugando el verbo cronicar en distintos tiempos y matices. ¿Y qué temas trata en su libreta de apuntes? Alguien me decía que esta es mi faceta notaligerista, un cruce entre opinión y narración. Lo más parecido a un ensayo acronicado o una crónica ensayística, dividida en tres o cuatro actos. El espacio me da la libertad para, con un quiebre de cintura, cambiar semanalmente de registro, pasar de la denuncia indignada contra los corruptos a la más conmodera declaración de afecto por un amigo, una actriz de cine o un libro, a narrar episodios felices de la infancia o locuras de juventud. Es un espacio cercano al autobiográfico, pero juro que sea discreto, gracioso, cálido, sin darse ínfulos de nada más que un periodista curioso, vertical, lector, hijo y hombre de hogar. Recuerdo que el entonces ministro de justicia del gobierno turbá, Hugo Escobar Sierra, dijo que El Espectador era un periódico de la oposición y aprovechó una de las primeras libretas para ajustar el calibre de la crítica. Palabras más, palabras menos. Le dije que si esa oposición es contra el estatuto de seguridad, obra maestra del gobierno, según él y el coro que lo acompaña, defectos y peligros graves para la democracia y la libertad y criticar sus vacíos y censurar sus excesos, pues somos un diario de oposición. Luis Tejada, el célebre cronista del espectador, decía que el mejor cronista es el que es capaz de poner el máximo de eternidad en el tiempo que pasa. ¿Cuáles son los principales peligros que acechan al periodismo en Colombia? ¿Cuáles son los principales peligros que acechan al periodismo en Colombia? Los terroristas han encontrado en la manipulación de la prensa un arma tan temible como sus fusiles, sus ametralladoras y sus bombas de fragmentación. Tenemos la obligación de desarmar este otro tipo de arsenal que envenena la paz. Pero no son sólo los guerrilleros los que manipulan a los periodistas y a la prensa. Existe, todos lo sabemos, la manipulación oficial y de los grupos económicos. Las tres son igualmente nocivas, la oficial mediante los halagos y, peor aún, mediante las presiones, amenazas y sanciones. Los gremios, finalmente, quieren una prensa a su servicio, incondicional y abyecta. Los periodistas parecen peleles o pilotos navegando en un mar minado por los inermes, enfrentados y con brújulas amañadas que impiden fijar una ruta firme. Sólo la independencia, el carácter, la objetividad y el buen criterio del periodista y de los medios pueden vencer esas tormentas terribles en el nuevo mundo amenazado por todas partes de la libre información. La prensa colombiana es una de las mejores de América Latina. Desgraciadamente, al igual que en muchas otras partes del mundo, veo grandes obstáculos para el ejercicio de la profesión. Por ejemplo, la línea difusa que se presenta entre el periodismo y la publicidad. Ahora, si quiero hacer una aclaración, la solidez económica de un periódico es, al mismo tiempo, una defensa de su propia integridad. Si nosotros podemos pagar un buen sueldo a los periodistas, los estaremos protegiendo para que puedan resistir las tentaciones que se les presenten por el camino. Ustedes en El Espectador vivieron un caso concreto de revanchismo cuando el grupo Gran Colombiano le retiró la publicidad. ¿Qué lección sacaron de esa experiencia? Una persona, una empresa o un grupo es libre de anunciar o no anunciar en un medio de comunicación. Lo importante aquí es recalcar que ellos resolvieron quitarnos los avisos para tratar de silenciar nuestra investigación, y eso no lo lograron porque le hemos seguido adelantando hasta sus últimas consecuencias. ¿Pero para usted no fue muy difícil arriesgar su propia estabilidad y la de mil empleados de esta casa por esa actitud tan radical? En realidad no fue solo mi decisión, o la de mis hermanos Alfonso, Luis, Gabriel y Fidel, con los que dirigimos el periódico. Fue la decisión de todo un equipo. Esas son posiciones ideológicas verticales que no admiten marcha atrás. El cimiento más firme de un periódico respetable es su credibilidad. Cuando un periódico pierde su credibilidad, desaparece su prestigio y se destroza el respeto que la opinión pública pueda tener sobre sus opiniones y sus informaciones. Sin credibilidad la prensa está perdida, porque la credibilidad de la prensa lleva envueltos todos los valores fundamentales del periodismo, la ética, la responsabilidad, la veracidad, la objetividad. ¿Cuál sería, desde su punto de vista, el principal aporte del espectador al periodismo colombiano? Creo que su principal aporte ha sido el de su carácter e independencia. Todo lo que tenemos en El Espectador está reinvertido en el periódico, en contar con equipos y máquinas de última tecnología, en mejorar nuestra distribución, nuestros salarios. No nos hemos dedicado a crear empresas satélites por todas partes, ni a ser los lavaperros de grandes grupos económicos que usan y corrompen al periodismo para destruir al periodismo. La información es un bien público y la libertad de expresión es un derecho fundamental, pues es la salvaguarda de otros derechos. El periodismo, el periódico y la libertad de imprenta son todo. Cuando alguno de ellos falta, el esfuerzo de transmitir honesta, objetiva y responsablemente la palabra queda comprometido y acaso herido de muerte. Hay que decir las cosas cuando todavía es posible decirlas y cuando ya no se puedan decir, habrá que seguir diciéndolas por más adversas y peligrosas que sean las circunstancias creadas para impedir que se digan. Es claro que se refiere al narcotráfico. A este país lo que le está faltando no es plata, metálico, sino una profunda reconquista de la moral en el sector público y privado. El narcotráfico, el contrabando, la compra y venta de influencias, la mordida, el afán del dinero fácil, el alquiler del voto, nos han corrompido. Estamos presenciando el crecimiento de una generación sin fronteras morales, sin valores ni principios. Por lo más delgado se rompe la cuerda. Los capos de la mafia saben que la penetración hacia el poder político les va a servir en bandeja de plata a las elecciones de alcaldes. Contra su poder económico no valdrá poder político alguno, sobre todo en las poblaciones pequeñas. Y de ellas irán extendiendo por todo el mapa político-administrativo la gran telaraña en la que los colombianos quedaremos enredados y prisioneros. No estamos adivinando un porvenir acopacalíptico, alertamos sobre un riesgo cierto que se podría hacer realidad en 1988, si el Estado, la justicia, las fuerzas armadas, los servicios de inteligencia, los partidos políticos y la ciudadanía incontaminada no se preparan con la debida anticipación, energía y efectividad a ganar de verdad la guerra al narcotráfico, que hasta ahora, lamentablemente, la llevamos perdida. El próximo año se cumplen 100 años del espectador. ¿Qué están haciendo para celebrar? El próximo año se cumplen 100 años del espectador. ¿Qué están haciendo para celebrar? Hemos reforzado secciones como Así es Colombia, para documentar las regiones y ayudar a su entendimiento, la telerevista de los sábados con los avances de la pantalla chica y la farándula, Cruz y Suerte, la revista del campo, la revista del jueves, el magazine dominical, la colección de fascículos llamada Espectadores 100 años, para recorrer la historia de Colombia desde el nacimiento del periódico. Y Espectadores 2000, un periódico semanal hecho por niños, niñas y adolescentes. El periódico del futuro debe estar cada vez más preparado para ejercer su profesión, pero no debe perder su calidad humana. El periodista puede ser genérico, como hay drogas genéricas, pero debe apuntar a ser un periodista de marca que ofrezca la mayor credibilidad posible cuando trata un tema específico, lo cual exige la profundidad en la investigación de los hechos, más allá de la superficialidad de la not muerde a un perro. Pero lo importante es establecer por qué el hombre mordió al perro, cómo lo mordió y cuáles fueron las consecuencias del mordisco. Ese es el periodismo de investigación que ahonda las causas y ahonda los efectos. Es bien sabido que a su correspondencia del espectador llegan intimidaciones. Cuentan sus amigos que su respuesta es siempre la misma. Ni una palabra a la familia. Ante las amenazas, ¿tiene miedo? El periodismo es temerario, debe serlo. Recuerdo que hace unos años, el grupo de justicia privada del MAS puso un petardo a la entrada donde vivía nuestra joven reportera María Jimena Duzán con su madre y su hermana, después de que ella entrevistó al M-19 para El Espectador. Apenas me enteré, pues yo era muy amigo de su familia, especialmente de su padre, salí de inmediato hacia su casa. Cuando vi a María Jimena, le dije lo que he repetido en tantas otras ocasiones. Uno nunca sabe si va a volver a casa por la noche. Pero cuando uno es periodista, la casa, más allá de los muros que nos protegen y de los miembros de la familia, un periodista entiende que su hogar es el mundo y a ello se debe. Yo no soy más que un periodista y el espectador no es más que el espectador. Cae la noche y Guillermo Cano, tras la hora de cierre de edición, parte a solas del espectador en su camioneta. Parece más un ciudadano común que el director del periódico más valiente de su época. esta entrevista imaginada se ha hecho con diálogos con Marisol Cano con Fidel Cano, con Ignacio Gómez y se ha hecho con lecturas como el reportaje de Guillermo Cano de Sala Marcela Boxy en su libro Los Decanos el texto Una Vida Digna de Ser Vivida de Jorge Cardona el texto El Sentido Profundo de lo Cotidiano de Carlos Mario Correa y el texto Bitácora Sin Pierde de Mariluz Vallejo. Todos están en el libro Tinta indelebre, vida y obra de Guillermo Cano. También el texto Guillermo Cano, el periodismo como misión de Javier Darío Restrepo y el texto de mis memorias, Guillermo Cano de Gabriel García Márquez. También todo lo que está en la página de la Fundación Guillermo Cano y Sasa. También el prólogo de Héctor Abad Faciolince en el libro Guillermo Cano, Apuntes para Siempre. Y los textos y muchos de los diálogos de acá son tomados, casi todos los diálogos son tomados de las libretas de apuntes de Guillermo Cano. Una de las cosas que le agradezco a esta entrevista imaginada, no sé María José, es que casi que no nombra a Pablo Escobar. ¿Y por qué lo digo? Porque en la historia, si bien es cierto, eso ha servido para que muchas generaciones conozcan la historia del espectador, Guillermo Cano termina casi siempre reducido como el periodista que se enfrentó a Pablo Escobar. Y realmente Guillermo Cano fue mucho más que eso. Él y su periodismo dejaron un legado mucho más amplio y rico para que los periodistas que todavía creen en el periodismo lo investiguen y lo acojan. lo investiguen y lo acojan. Sí, en las fotos buscaba, pues uno busca en Google Emayes a veces para buscar cosas. Y encontré ahí de las dos fotos la del escritorio de él al final y la del escritorio de él al comienzo, apenas empieza. Y es muy bueno porque es la misma actitud en ambas fotos. No cambió un ápice. Pero también me preocupaba en lo que dices de imagen, es que por ejemplo cada vez entonces me aparecían más imágenes de este señor Popeye, me aparecían cada vez más imágenes de la telenovela, del Patrón del Mal, que si hayan hecho un trabajo pues concertado con la familia y todo eso, me llamaba mucho la atención que como que el algoritmo empieza a privilegiar más las imágenes hechas por la prensa o las imágenes de los asesinos. Y creo que una de las labores que hay que hacer en estas cosas es precisamente desescovarizar la discusión y mostrar que las imágenes no le pertenecen a esos criminales, ni a esas roscas, ni a esos medios vendidos, sino que las imágenes le pertenecen, no sé, a las familias, le pertenece a los lectores que sí las ven con atención. Y yo creo que este ejercicio un poco lo que hace es eso, es como ponernos otra imagen en la cabeza y no quedarnos con el facilismo de asesinado por el narcotráfico, de asesinado por el narcotráfico, que es un facilismo muy grande y que además ese asesinado por el narcotráfico me parece que es precisamente para ocultar otras cosas. Esto es A Fondo es un podcast producido por Mafialand Producción General Beatriz Acevedo Producción de Audio Daniel Chávez Mora Música original del maestro Oscar Acevedo Nos pueden escuchar también en mi canal de YouTube Gracias por escuchar Soy María Jimena Duzán ¡Gracias por ver el video!