Para que no me olvides. Ep 1. Entrevista imaginada con Silvia Duzán
18 de nov de 2024
Este episodio aborda el proyecto de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) titulado 'Sala de Redacción de Ausentes', que busca recordar y alertar sobre la violencia ejercida contra periodistas en Colombia. A través de entrevistas imaginarias, el proyecto pretende recuperar las voces de los periodistas asesinados desde 1977.
Capítulos
El legado de Silvia Duzán
Silvia Duzán fue una destacada periodista que transformó la cobertura mediática al abordar las realidades ignoradas en las ciudades colombianas. Su enfoque incluyó reportajes sobre tribus urbanas y jóvenes sicarios, publicando en influyentes medios de comunicación.
El proyecto de memoria 'Sala de Redacción de Ausentes'
La FLIP ha lanzado un proyecto para recordar a los periodistas asesinados en Colombia. A través de entrevistas imaginarias creadas por Lucas Ospina, el proyecto busca dar vida a las voces silenciadas de estos periodistas, como parte de un esfuerzo por construir memoria y exigir justicia.
Entrevista imaginaria con Silvia Duzán
La entrevista imaginada por Lucas Ospina nos adentra en la vida y obra de Silvia Duzán. Aborda sus experiencias en el Magdalena Medio y las amenazas constantes que enfrentó. La entrevista revela su compromiso con la verdad y su estilo único de reportaje.
Reflexión sobre la libertad de prensa en Colombia
Además de la entrevista a Silvia Duzán, el podcast reflexionará en un futuro episodio sobre los problemas que enfrentan los periodistas en Colombia. Se discutirá la impunidad y los retos que implica hablar de libertad de prensa en un país donde muchos asesinatos de periodistas permanecen sin resolverse.
Conclusión
Este episodio del podcast resalta la importancia de recordar y honrar a los periodistas colombianos que han perdido sus vidas debido a la violencia. A través de la historia de Silvia Duzán, el proyecto de la FLIP busca mantener viva la memoria de estos profesionales y seguir luchando por la justicia y la libertad de prensa.
Menciones
- (Org) Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP)
- (Evento) Sala de Redacción de Ausentes
- (Persona) Silvia Duzán
- (Persona) Lucas Ospina
- (Persona) Salomón Kalmanovitz
- (Lugar) Cimitarra
- (Evento) Asesinato de Silvia Duzán y líderes campesinos
- (Fecha) febrero de 1990
- (Persona) María Jimena Duzán
- (Persona) Josué Vargas
- (Persona) Miguel Ángel Barajas
- (Persona) Saúl Castañeda
- (Org) Revista Semana
- (Org) Magazín del Espectador
- (Org) Canal 4 de Londres
- (Concepto) Violencia contra periodistas
- (Producto) Documental sobre Asociacion de Trabajadores Campesinos del Carare
- (Persona) Jonathan Bock
- (Persona) Humberto Dorado
- (Persona) Sergio Cabrera
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Para recuperar la memoria de estos periodistas asesinados, este proyecto decidió realizar una serie de entrevistas imaginadas con varios de los periodistas asesinados, una metodología que se usa para traer de vuelta a las voces que ya no están a través de diálogos ficticios y que se basa en testimonios reales, en lecturas, en archivos y en investigación. Estas entrevistas imaginarias han sido escritas por el artista colombiano Lucas Ospina y tienen el propósito de construir una memoria que recuerde la vida de esos periodistas que hoy no están y que cayeron por la fuerza de las balas y fueron silenciados. A estas entrevistas imaginarias se les ha puesto un nombre, para que no me olvides. imaginada con mi hermana Silvia Duzán, una periodista que fue asesinada junto con tres líderes campesinos, Josué Vargas, Miguel Ángel Barajas y Saúl Castañeda, en febrero de 1990, en Cimitarra. Silvia Duzán tuvo un paso breve por el periodismo colombiano, pero que dejó una huella muy profunda, porque consolidó un estilo que en ese momento no estaba muy presente en los medios tradicionales y que tenía que ver con la manera como se abordaban las nuevas realidades que estaban en ese momento emergiendo en las grandes ciudades como Bogotá. Silvia se dedicó a entrevistar a las personas que en su mayoría eran ignoradas y que estaban marginadas por esta sociedad que no las veía. y que estaban marginadas por esta sociedad que no las veía. Su mirada horizontal le sirvió para hacer reportajes sobre lo que sucedía en las tribus urbanas de Bogotá, de Medellín, y para entrevistar a esos jóvenes que empezaban a conocerse con el nombre de sicarios. Silvia publicó estas crónicas en diversos medios de comunicación, en el Magazine del Espectador, en la revista Semana, en la revista Zona y en la prensa. Esta lectura tiene dos partes. prensa. Esta lectura tiene dos partes. Una consistirá en la lectura por parte de Lucas Ospina de la entrevista imaginada con Silvia Duzán y habrá un segundo podcast en el que se reflexionará sobre este experimento y se abordarán los grandes problemas que hay cuando en un país se habla de libertad de prensa sin que las muertes de la mayoría de los periodistas asesinados hayan sido resueltas por la justicia. En esa reflexión van a estar Lucas Ospina y Jonathan Bok, director de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP. El título de esta entrevista imaginada es Escribo como pienso que me van a leer las personas sobre las que escribo. Entrevista imaginada a Silvia Duzán por Lucas Ospina. A Silvia Duzán, por Lucas Ospina. Dije que iba donde Silvia Duzán y di el número del apartamento. El portero me miró con sorna, ni miró el citófono, se volteó y sacó del casillero un papelito con esa letra de ella. Primero redonda, juiciosa, y luego cada vez más recostada, casi legible por el afán. Estoy en el loma de la 82, al lado de las maquinitas. Veámonos allá a las cuatro. Tengo carro. Yo lo traigo de regreso a la Macarena. Esta entrevista es una colección de papelitos, de encuentros y desencuentros con Silvia desde hace un año y más desde que ella estuvo en Medellín en las comunas, y ahora viaja al Magdalena Medio como productora del documental para el canal 4 de BC Londres. Silvia es una lucha contra el caos, tiene que hacer enormes esfuerzos para ajustarse a cualquier orden. Su marido, el economista Salomón Kalmanovitz, le dice que no tiene reloj interno y que siempre cree que puede hacer dos cosas al tiempo en lugares distintos. Salgo de las torres del parque hacia la séptima, espero la buseta unicentro, me bajo en la 82, llueve, atravieso charcos y carros parqueados encima del andén, entro a Loma, medio café y medio librería, ya sé dónde está Silvia, su risa, muchacha de risa loca. La risa de Silvia que también es sarcástica, es defensiva Es munición lanzada al vacío para un desarme sin agresión Silvia con sus ojos rasgados, facciones morenas y cara de muñeca Silvia con su bota obrera desbordada por medias de lana gruesa Silvia de bluyín desteñido, saco largo de tejido y esos aretes de plata Con esa piedra azul en el centro que le hizo su amiga joyera. Silvia y su abrigo doblado en la silla, esa segunda piel de paño inglés que compró en los usados de la 19, y que su uniforme en las noches heladas cuando nos vamos a Kennedy a los conciertos de rock, y que su mamá dice que no se lo quita ni para dormir. Silvia, y sobre la mesa, su mochila aruaca, doblada como una boa llena de mil y una cosas. Incluye los papelitos y más papelitos donde ella nota todo, sin balance alguno entre racionalidad y emoción. Silvia es sensibilidad en su versión más pura, más extrema y radical, entre el infinito encanto y el infinito riesgo. Silvia siempre es leal a su desmedida esencia. Silvia ríe en cascadas, sus ojos se achinan y entre frases manotea sin cesar. La gente de las mesas se molesta, el lugar, un refugio para gente que viene a jugar al café bienes y comprar libros caros, se ve alterado por Silvia, risa y compañía. Hoy está con dos jóvenes de barrioajo, que ya no son tan jóvenes, con chaquetas raídas, parches y etiquetas metaleras, con pantalón entubado y zapatos tenis sucios que podrían ser de mejor marca, y esos raros peinados nuevos, como de video de Charly García. Ríen, ella hace que sus entrevistados se sientan como reyes, odia regañar, culpar, dañar. Su comunicación es franca, intensa. No la quiero interrumpir. Espero un rato. Silvia manotea, se voltea y me ve. Se alegra, se levanta, me lleva a la mesa. Dice que ya están por terminar. Ellos se van, se abrazan, chocan manos, tienen las mismas pulseras. Silvia guarda su pequeña libreta de hojas rayadas y su esfero en la mochila. Ahora es su turno. La reportera será la entrevistada. Vamos a ver si se desenvuelve con la misma habilidad que muestra a la hora de escribir, transcribir, guardar, buscar e imprimir archivos para las entrevistas a sicarios, transcribir, guardar, buscar e imprimir archivos para las entrevistas a sicarios, bazuqueros, ladronzuelos, narcos, traficantes de armas, bandidos de distintos gremios, sepultureros, melancólicos, dueños de alta alcunia de cine porno y jóvenes de todo tipo de tribus urbanas. Silvia, buena para el baile y la rumba, mala para la cocina. No importa que su computador sea el único aparato que sea capaz de dominar o que apriete el tubo de dientes por la mitad y pierda las tapas de todos los frascos. Como periodista, no hay otra igual. ¿Cómo va el trabajo en el Magdalena Medio? Está tenaz. El ejército está bombardeando todo, con lo que dan los gringos desde que para la guerra contra las drogas. Hace poco bombardeó una vereda en San Vicente del Chucurí. Pero bien, la situa parece caliente, pero es manejable para nosotros como periodistas contratados por un medio extranjero. Con carnets venteados y cartas de recomendación del Canal 4, la cosa es difícil, pero no imposible. Es un problema de firmeza de decir todo lo contrario a lo que afirman los militares y no le da miedo silvia ríe veo sus grandes dientes su mirada cómplice la vez pasada le conté de cuando me pusieron a dar vueltas por bogotá vendada medianoche en un todoterreno con desconocidos. Íbamos desde que entrevistara a la única guerrillera sobreviviente del Palacio de Justicia que era buscada por todo el aparato militar para darle de baja. En la universidad tuve la oportunidad de ver por dentro cómo funcionaba la M-19 y luego de algunas experiencias que ya le conté, le perdí la confianza de sus ejércitos. Preferí irme los sábados a lo del barrio de invasión, donde daba clases con mi amiga del colegio Zuleta. No me da miedo. Acuérdese que yo odio las gallinas. Veo una gallina y me pongo fúrica. Es el animal más bobo del planeta. Camina con miedo, canta como una histérica. No sabe ni para dónde va toda insegura. ¡Ay! Esa bobada de las gallinas. Silvia, una cosa es estar en la ciudad con los códigos que usted conoce y otra es estar allá, lejos, sin saber en qué se está metiendo. Hace unos años, yo debía tener 22 o 23, debo de votar a la carrera de economista en los Andes. No sirvo para las matemáticas. Acaba de entrar a trabajar en la revista Semana. Íbamos mucho a fiestas por acá en el norte, luego de los cierres de redacción. Una reunión a la que fui con Olga Troconis y Juana Méndez, nos salió un tipo que se llamaba Babel, hermano de Andrés de Carne de Res, y nos dijo que tenía una casita divina en la Guajira, en Dibuya, que nos la prestaba y que ella tenía, dijo, un nativo adorable que se la cuidaba, un tal Simón. Con Olga, como las dos éramos ya huérfanas de papá, nos robábamos cosas en desuso de nuestras casas, nos íbamos a venderlas al mercado de las pulgas de la tercera, luego íbamos al goce pagano y a sopo a comer fresas con crema, y algo pudimos ahorrar para el viaje. Nos fuimos a Dibuya en diciembre de 1984. Cuando llegamos, salió un hombre negro y formido, parco, pero sorprendido por la visita de tres bogotanas. Nos paseamos unos días por el lugar en bikini, hasta que una señora, Juana Peralta, recuerdo, nos dijo, muchachas, ¿ustedes qué hacen acá? Este no es lugar para mujeres solas, piénsenlo, acá pueden pasar muchas cosas. A las cuatro de la mañana salieron ellas en una flota y yo tuve que esperar en la casa hasta las 7 y 30 para coger transporte al aeropuerto de Rivacha. Durante ese lapso, Simón se me insinuó varias veces, intentó tocarme, arrinconarme, pero a punta de cuento, intentó tocarme, arrinconarme pero a punta de cuento, de risas pude torear al tipo no me pasó nada y salí de esa se salvó de pura cherezada sí, pero luego en una fiesta donde Pedro Cote cuando contamos la aventura un médico que había hecho el rural allá dijo no les pasó nada porque estaban hospedadas en esa casa, protegidas por el tal Simón, el hombre más peligroso de Dibuya. ¿Y el peligro aquí y ahora, Silvia? Mi mamá trabaja desde joven. Viene de una familia de fortuna venida menos. Nos creó sin miedos. Nos metió en el San Patricio para darnos espacio, para que pensáramos más allá de casarnos bien y ser amas de casa. Cuando los del MAS, muerte a secuestradores, pusieron un petardo en la casa donde vivíamos las tres, en respuesta a los reportajes sobre paramilitarismo en el Magdalena Medio publicados por mi hermana Jamaria Jimena, terminamos en el suelo en medio del humo blanco asfixiante y mi mamá fue la que nos dio fuerza para reponernos. Luego del atentado vinieron las llamadas. A mi hermana le decían, somos el más, la próxima la mata. Mi madre me apoyó cuando, en plena matazón del narcotráfico en Medellín, me fui a vivir a la comuna para comprender lo de esos jóvenes allá. María Jimena tiene ahora que irse del país por amenazas y me dice que, en esto del periodismo, uno a veces está metido en un hueco y no ve la profundidad del hueco. ¿La ciudad es peligrosa, Silvia? Le temo más a los editores. Para lo del libro tenía que reunirme primero con los pelados que se acaban de ir. Son del sur, de Santa Isabel. Son los que se agarraban con los de la gallada de Unicentro. Hay unos datos que me faltan y el libro está encima. Ellos trabajan ahora de jíbaros por esta zona. Uno de ellos era de la banda que robaba señoras a la salida del Carulla del Pablo VI para pagarse los instrumentos del grupo de rock que tenían. Y si no, me tocará esconderme del editor. Tengo un dengue o algo que me dio en el Magdalena. Deliro al escribir. Y tampoco ayuda al medio hígado que me queda después de ese paludismo que me dio en el Pacífico. ¿Y tiene que volver por cimitarra? La situación es crítica. Si el gobierno no manda al cuerpo élite de la policía, el experimento terminará en fracaso. Ya busqué a Rafael Pardo con el gobierno barco pero no nos van a parar más bolas, me preocupa la seguridad de los campesinos del documental, la vez pasada entrevistamos a un tipo al que le dicen el mojado, antes fue guerrillero ahora paramilitar, fue entrenado por los mercenarios que trajeron de Israel y con el rostro destapado ante la cámara nos dio a entender que con soldados del ejército del batallón Rafael Reyes, patrulla en la zona, les prestan armas en la estación de policía y le entendí que hay una posible infiltración en la asociación de campesinos, nos dejó claro el poder de los narcoparamilitares en la política local en miras a las próximas elecciones, en enero cuando la TCC con lo de las amenazas y los dos asesinatos organizó el foro al que vinieron los asesores de paz del gobierno en el hotel, me tocó justo en el cuarto de al lado del mojado, el man estuvo peleando y pegándole toda la noche a una mujer, grave, el documental es su compromiso, no sé, en mis notas de apuntes escribí que ellos, los de la asociación, son hombres muertos. Yo solo sé que me voy allá como sea. Ya quedé con los cuatro tipos para que arranquen desde sus tierras en la India cimitarra para vernos en la mañana del lunes y ponernos al día con datos que nos faltan. Ahí en el pueblo estaremos más seguros. No nos van a matar delante de todo el mundo. Hace una semana regaron volantes en la zona, parece que impresos en el batallón. Dicen que la asociación es fachada de guerrillas comunistas. Los políticos de los paramilitares dicen lo mismo por radio y noticieros. Toca darles visibilidad a los líderes, saber si se ganan eso del Nobel Alternativo de Paz, mostrar que sale más barato hacer la paz que hacer la guerra, como lo dijeron acá en Bogotá en la ronda por periódicos de hace unas semanas. Miguel Ángel Barajas lo contó todo en su artículo de hace unos días en las lecturas dominicales del Tiempo. Criticó a la intelectualidad bogotana, a las FARC y tildó de nazis criollos a los que crearon un grupo de autodefensa al interior del colegio integrado de Cimitarra. ¿Cómo termina ese documental? Con el que más me he entendido es con Miguel Ángel. Él estudió en la Nacional, llegó a esa zona como agrónomo del INCORA, se convenció de la causa que tenían José Huargas y Saúl Castañeda para fundar la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare y declararse neutrales ante todos los ejércitos. Eso fue lo que llevó a estos dos años de calma a Chicha en la India. Ahora le llevo un libro de Patricia Highsmith. A él también le gusta la novela negra. Voy a esperar a las elecciones porque si Miguel Ángel gana en el Consejo, ese sería el final feliz del documental. Otro final feliz, como el de la película de la estrategia del caracol. ¿Cómo es que fue eso? La adaptación de ese guión de la película fue un trabajo frenético, como todo lo que pasa en televisión. Humberto Durado dictaba textos larguísimos que tocaba recortar y recortar y recortar con ayuda de Sergio Cabrera. Terminé con un mamotreto enorme y les dije, acabamos. Convertimos 100 páginas de su guión original en 400. Un récord. Y luego vino el rodaje. La asistencia de producción sin recursos para la producción fue una locura. Tocó hacerlo mejor con lo que había. Un día tocaba palabrearse a la gente del Colón para que nos lo diera gratis y al otro día treparse a las lomas de los Laches para convencer a los vecinos y muchachos de abrir una trocha para subir los equipos y una casona desarmada. Nos trepamos a un cerro maravilloso para rodar la escena final donde se instalan los protagonistas, ellos como nosotros los del rodaje. Parecíamos pura gente de barrio de invasión en esa punta con una bogotá de maqueta ahí abajo. ¿A usted le gusta así, meterse entre la gente, camuflarse? ¿Por qué en periodismo así, cercano a la reportería, a la antropología, a la literatura? Mi hermana me dijo el otro día, acuérdate de que tú eres periodista, no una activista social. Y yo me reí. Por eso me salí de semana. No es lo que ellos quieran, sino lo que yo quiero hacer con el periodismo. De lo contrario, tarde que temprano termina uno de puta por la puta pauta. Mi periodismo no tiene nada que ver con el poder político. Me importa un pito el escrutinio del poder. Se trata de descubrir lo que está oscuro, incluso con una escritura brutal. Yo escribo como pienso que me van a leer las personas sobre las que escribo. En Medellín estuve parqueada meses con Alonso Salazar y Víctor Gaviria, buscando entrevistar a esos jóvenes, hasta que la logramos, pero luego la publicaron con otros créditos y como si fuera una gran primicia entrevistar a un sicario. Yo no pertenezco al mundo de las chivas. Yo soy buena para conseguir datos, generosa con mis fuentes, la información es un bien público, sí, pero en esos medios muchas veces se me adelantan sin respetar acuerdos ni dar créditos. Luego mis confidentes creen que los vendí, que los entregué al negocio, que los traicioné. Para mí es gravísimo que esas personas cuestionen mi honestidad. Ese mundo es tuyo, le digo siempre a Mera Jimena. Yo no soy presa de la coyuntura, de la realidad, de los titulares de prensa, del poder. Mi papá, como columnista, periodista, asesor, hablaba con ministros. Yo hablo con otra gente. Yo no tengo moral. Risa. Yo hablo con otra gente. Yo no tengo moral. Risa. ¿Cómo es escribir como usted escribe? Las crónicas en primera persona, eso que llaman historias de vida. En Zona, la revista que hicimos con Ramón Jimeno, Salomón y otros, hablaba mucho con Alfredo Molano de eso, de escribir así. Decíamos que había que perderle el miedo a ser tildados de hacer literatura, y no porque no la hagamos, sino porque tenemos la íntima convicción de que no falsificamos a la gente. No hay que temerle aventurarnos por otras zonas de guerra. Esos son los infiernos que se han ido apoderando de nuestra escritura. Cada vez le temo menos a salirme del guión de la transcripción literal de una entrevista. Al principio las historias de vida me servían para decir lo que la gente ocultaba por temor. La escritura libera esos miedos, ayuda a salir de esa cárcel conceptual, de ese closet académico. Además la literatura, la poca que pueda existir en los relatos, no me pertenece. Mi trabajo consiste en ponerla al descubierto. Con Alfredo decimos que hay un sabor parecido al de la libertad en ese oficio cuando uno lo entiende así. ¿Y recuerda cuándo comenzó a escribir así? En la universidad tomamos con Juana Méndez una materia lectiva que se llamaba Historia de los Movimientos Sociales en Colombia, con un profesor que hizo la típica del académico y nos usó de carga ladrillos para sus trabajos personales de investigación. A ella a mí nos tocó cubrir la hemeroteca de la Biblioteca Nacional el primer año del gobierno López Pumarejo, un gobierno lleno de nuevos sindicatos y organizaciones campesinas. Pero lo que de verdad nos encarretó es que todas las semanas había un suicidio en el Cisga o en el Salto del Tequendama y en nuestro trabajo final mandamos pal carajo al profe e hicimos nuestro trabajo sobre las motivaciones de los suicidas como reflejo del pulso social de la nación. Se Tequendama y en nuestro trabajo final mandamos pal carajo al profe e hicimos nuestro trabajo sobre las motivaciones de los suicidas como reflejo del pulso social de la nación. Se podría decir que en ese trabajo que tanto disfrutamos consultando prensa con Juana, tuve mi primera pulsión de periodista de lo popular y ahora lo hago en lo urbano, en lo que conozco, donde vivo, como ese pulso que siento con las revistas de la movida madrileña que me gustan, La Luna y Madrid. Además de Molano, aquí otras personas leen esa sintonía. Yo leo de todo, lo que me caiga, lo que me suene. El otro día le regalé a un joven y querido amigo la senda del perdedor de Bukowski, y él me consiguió a cambio una edición original del Atravesado, mi favorito de Andrés Caicedo. Es como con la música, en el apartamento pasamos de lo que oyen los niños de Salomón al cassette de Siniestro Total que Moncho Jimeno me trajo de España, o ponemos lo que compramos con Eduardo Arias en la caseta de Saúl de la 19, y luego en su casa pasamos tardes enteras grabando cassettes de The Doors, Triana, Led Zeppelin, ACDC, Sui Generis, The Clash, Men at Work, Dirty Streets, intercalados con los dos álbumes de Blades de Maestra Vida. Oigo de todo, todo Rolling Stones, casi nada de los Beatles y nada de música de protesta. Risa. En el viaje a Israel con Salo, compramos un par de discos de Leonard Cohen. ¿Y la escritura? de discos de Leonard Cohen. ¿Y la escritura? Es lo mismo. Por eso pude pasar de semana a zona y de ahí a lectora número uno de Chapinero, de Eduardo y Troller, pero ahí tengo organizado eso para que salga pronto como antología con Editorial Tercer Mundo. También soy fan y mecenas de su música. Ayudé para que pudieran prensar el LP de la Orquesta Sinfónica de Chapinero y ahora local le organizamos lo del concierto casero para recoger fondos. No me interesa quedarme aquí en el norte de periodista de escritorio, de teléfono y por eso es que nos las pasamos allá en las mecas del rock de la calle octava para contar la balada de Mario White y de toda esa gente que está por fuera del radar de este pedacito de ciudad por donde se mueven los periodistas de bien. De eso hablo mucho y largo por teléfono cuando viene, con alma a Guillermo Prieto. Con ella sí que nos entendemos. Pero en su casa desayunaban, almorzaban y comían periodismo. Mi papá iba todos los sábados al espectador a entregar el editorial que él había escrito a máquina luego de hablar con Guillermo Cano, el director. Ese día tocaba entrar por la puerta de atrás con los camiones parqueados para la edición que salía por la tarde. Recuerdo la inmensa rotativa roja y cómo armaban el periódico en planchas de plomo en un papel brillante y grasoso. Los armadores leían página por página y si al corrector de estilo se le había pasado una coma o un error de ortografía, ellos con un bisturí cortaban la parte que necesitaban remover y luego la ponían la nueva con habilidad y precisión de cirujanos. Con María Jimena y mi hermano dábamos vueltas y cuando mi papá y Guillermo ya se habían puesto al día en cosas de confidenciales, Guillermo se despedía, vencía la timidez y molestaba a mi hermano preguntándole si todavía tenía el mal gusto de ser hincha de millonarios. Mi hermana y yo siempre decíamos que queríamos ser periodistas. ¿Y en la casa cómo era la vida de periodistas? En la casa se armaban grandes tertulias de periodistas, políticos e intelectuales y discutían hasta altas horas de la noche. Con María Jimena nos quedábamos a oírlos en las mismas escaleras donde un día me caí jugando y casi me mato. Ver a esos señores era como ver una película. No se entendía bien de qué hablaban, pero eran temas importantes. De eso nos debió quedar la costumbre de discutir sobre política. Y con María Jimena todavía nos quedamos dando olor hasta altas horas de la madrugada. ¿Y con Salomón? ¿De qué hablan? Él dice que yo le presto mi espontaneidad y él pone el orden. Como cuando hicimos allá en el 86 esa cartilla de historia de Colombia para el noveno grado que fue un escándalo y un éxito en ventas. De nuestras manos salió un manual rebelde donde le decíamos a los chinos y chinas que no queríamos que memorizaran ninguna fecha ni series de hechos sueltos, sino que entendieran, razonaran y se pusieran a investigar los grandes procesos sociales de este país a la luz de sus familias y sus vidas cotidianas. Era un manual de apropiación que no evadía los conflictos ni prometía un paraíso y que iba desde la América precolombina hasta la crisis de los años 80 y los orígenes del neoliberalismo. La edición estaba plenamente ilustrada con estampas, diagramas, caricaturas y hasta un par de grafitis que le metí. La versión oficial fue reeditada por la editorial ceñiéndose al programa oficial y limpiándola de impurezas. Pero de verdad, ¿de qué hablan con Salomón? Hoy estrenan una de Fellini en Granorrar y fue con Fellini que una amiga nos cuadró nuestra primera cita. ¿Cómo fue? Yo estaba en semana en un semillero de jóvenes periodistas con Gabriel García Márquez y había puesto una foto de él bajo el vidrio de mi escritorio en la oficina. Él escribía de economía y cuando pasó a entregar sus columnas la vio y no sabíamos cómo salir de esa turbación. Una amiga de pura celestina cuadró para ir a ver La ciudad de las mujeres. la ciudad de las mujeres. De regreso, me senté al lado, me le senté al lado. Luego fuimos solos a tomar un café. A él le impactó ese hombre sádico de la película que mantenía a su madre en un pedestal y la adoraba. Dijo que las madres sobreprotectoras volvían machistas a sus hijos. Mientras tanto, yo lo miraba con ojos enternecidos. Comenzó entonces el romance. Él me llevaba 17 años y advirtió que me iba a dejar viuda. No fue así. El lunes 26 de febrero de 1990, Silvia va al aeropuerto con Salomón, pero un trancón le hace perder el vuelo. Baja del carro, corre, reprograma otro vuelo hacia Bucaramanga, avisa que llegará a Cimitarra en bus pasada a las nueve de la noche. Llega al pueblo a las nueve y veinticinco pm. Un joven de la asociación la recoge y la acompaña hasta la entrada del bar La Tata y la abandona ahí con una disculpa pueril. Al fondo la esperan sus tres amigos dirigentes campesinos. Transcurren unos minutos, conversan. En el entusiasmo desestiman advertencias sobre la presencia del mojado y sus sicarios en la zona Alguien del pueblo llama a la estación de policía para alertar sobre lo que va a suceder La respuesta estatal es un acto más de complicidad que se suma a las armas que le acaban de entregar a dos sicarios Ambos asesinos se aproximan desde lados opuestos a la mesa donde están Josué, Saúl, Miguel Ángel y Silvia. Les disparan, les rematan. Huyen en medio de tiros al aire de los hombres del mojado apostados en la plaza y se resguardan en el batallón militar. Silvia, herida de gravedad con un disparo en la cabeza, sobrevive unas horas más en el centro de salud, muere desangrada por cuatro impactos de bala. Horas luego, el esposo de Silvia y su primo, Carlos Angulo, reclaman el cuerpo en el batallón militar de Cimitarra. Un capitán de mirada torba les pregunta si María Jimena Duzán va a venir. En el estrecho espacio de la avioneta de regreso, Carlos recuerda cómo la cabeza de Silvia queda a su lado. Yo la miré durante casi todo el trayecto, siempre con su cara amable. Esto ha sido hecho con diálogos con Eduardo Arias, Pedro Cote, María Jimena Duzán, Camilo George, Ramón Jimenojercicios de memoria de Salamón Kalmanovitz, La gente no habla en conceptos a menos que quiera esconderse de Alfredo Molano, todo lo publicado en Revista Zona, Silvia de Salamón Kalmanovitz en el Magazine Dominical número 386 del 16 de septiembre de 1990 del Espectador, La ley del silencio de Ramón Jimeno con colaboración de Magda Quintero en el Magazine Dominical 466 de marzo 29 de 1992 y el orden desarmado, la resistencia y la asociación de trabajadores campesinos del CARARE a TCC del Centro Nacional de Memoria Histórica. Entre los archivos que usé para escribir esto está el podcast aondo con María Jimena Duzán, que está en dos ediciones de la reconstrucción de una masacre que sigue impune, el programa televisión Silvia Duzán, hecho en Colombia, de Ramón Jimeno, y los documentales Behind the Cocaine Wars, de Concord Media, y The Lost Silence, de Paola Desiderio. Esto es A Fondo. Mi nombre es María Jimena Duzán. A Fondo es un podcast producido por Mafialand Producción General Beatriz Acevedo Producción de Audio Daniel Chávez Mora Música original del maestro Oscar Acevedo Nos pueden escuchar también en mi canal de YouTube Gracias por escuchar Soy María Jimena Duzán ¡Gracias por ver el video!