Piense en esos momentos que se dirige a su casa caminando o en bus, en la felicidad de quitarse los zapatos después de una larga jornada de trabajo o de estudio, en ese rincón donde disfruta simplemente estar. Cuando se sentó en su comedor con algún familiar o amigo. Trate de recordar su plato, su taza, su cama y sus cosas. Los colores, los olores y los sabores. Ahora imagine que todo eso se desvanece, que mañana mismo debe dejarlo todo porque unos desconocidos se lo exigen o porque su vida está en peligro. Debe olvidarse de lo que ha construido para iniciar un viaje sin un destino fijo, sin trabajo, sin garantías y donde lo único que carga es miedo e incertidumbre. Luego llega a lugares inhóspitos y su vida corre peligro. No, no es ficción. No, no es nuestra imaginación en Mirlo. Es un intento de reconstruir algo para lo que no alcanzan las palabras. Es el desplazamiento forzado. Emprender un viaje indeseado y peligroso, la imposición de renunciar a lo que se ha construido e incluso a una parte de sí mismo. El desplazamiento interno en Colombia es históricamente una de las mayores cicatrices que el conflicto armado ha dejado. Desde 1985 hasta hoy, son cerca de 7.7 millones de personas desplazadas por la violencia. Una cifra que no está lejos de los alrededor de 8 millones de habitantes en Bogotá que, según el último censo, representan casi la quinta parte de la población en Colombia. Esto significa que la suma de desplazados forzados en el país de los últimos 34 años, representa casi una quinta parte de lo que es hoy la población en Colombia. En este episodio, Olga Cecilia Zapata narra su llegada a la ciudad de Bogotá a causa de la violencia. Olga hace parte de la comunidad Embera-Chamí y, desde que llegó a la capital del país, los tejidos en chaquiras, se convirtieron en el medio para una reconstrucción de los lugares que ha perdido, de un armado de sus orígenes y una preservación de los saberes indígenas.