En este episodio de TED en Español, Jerry Garbulski presenta una charla de Delfina Pignatello, nadadora olímpica que reflexiona sobre la presión de las redes sociales y la salud mental en los deportistas de élite.
Capítulos
El peso de la competencia y la mirada externa
Delfina Pignatello narra su experiencia en los Juegos Olímpicos de Tokio, donde la presión de las expectativas y el impacto de las redes sociales afectaron su percepción personal de éxito y valía.
El camino hacia la élite deportiva
Desde pequeña, Delfina mostró interés por la natación. Con determinación, escaló niveles competitivos desde clasificaciones nacionales hasta llegar a los Juegos Olímpicos, disfrutando de la competencia pero también cargando con crecientes expectativas externas.
El impacto de las redes sociales y la fama
La exposición mediática y el reconocimiento público se convirtieron en una carga para Delfina, quien sintió la presión de cumplir con las expectativas ajenas y enfrentó ataques en redes sociales después de las Olimpiadas.
Reflexiones y aprendizajes
A raíz de su experiencia, Delfina destaca la importancia de la salud mental y el reconocimiento del atleta como persona, abogando por un sistema de apoyo que incluya profesionales especializados para los deportistas de alto rendimiento.
Conclusión
Delfina Pignatello nos invita a valorar tanto al deportista como a la persona detrás de la competencia, enfatizando la importancia de la salud mental al enfrentar las presiones sociales y deportivas. Las redes sociales son un entorno artificial, y debemos aprender a manejarlas y enfocarnos en lo que realmente importa.
Menciones
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Delfina Pignatello es nadadora y cumplió su sueño de competir en los Juegos Olímpicos de Tokio. Los resultados no fueron los que esperaba y al terminar la carrera lo primero que pensó fue qué le iban a decir en las redes sociales. En su charla comparte sus aprendizajes que nos pueden servir a todos, incluso si no somos nadadores olímpicos. Escuchemos a Delphi. Después de 9.000 horas de entrenamiento, más de 3.000 zambullidas, cientos de carreras, varias medallas de oro, toco la pared en Tokio 2020, me doy cuenta que no hice ni el tiempo que quería, ni terminé en la posición que soñaba. Y en lo único que pienso en ese momento es en qué me van a decir en las redes sociales. ¿Cómo podía ser que lo que más me importara fuese la mirada de un montón de personas que ni conocía? Y registré hasta dónde había llegado mi exposición y la comodidad con la que la gente y los medios opinaban de mí de lo que hacía o dejaba de hacer de mis sueños y objetivos tomándolos como suyos y yo esclava de eso ¿saben lo que pesa ver durante meses tu nombre en los titulares de los diarios prometiendo una medalla? Sentía como si dejara de ser una persona. Que lo único que valía en mi vida era entrenar y ganar la dorada. Que el resto ni servía. Y lo peor es que eso termina afectando la visión que se tiene uno mismo. Había llegado a creer que no me lo merecía, que no podía ni disfrutar de estar ahí. Había dejado de escuchar mis propios deseos. Es como si te pusieran las orejeras y te marcaran un camino del cual no se puede salir o siquiera cuestionar la vida o carrera que uno tiene. Me sentía sola hasta que me di cuenta que compartía esa soledad con otros atletas. En Tokio 2020 pasó algo. Se empezó a alzar la voz, a hablar de temas hasta en ese momento ocultos como la salud mental. Y también a romper ese tabú de que éramos superhéroes sin fallas. ¿Se imaginan lo significativo que fue para mí escuchar a Simone Biles, la cara de las Olimpiadas, hablar de la presión en la competencia? Ella también estaba sola. ella también estaba sola. Ahí aprendí la importancia de tener una cabeza fuerte y de estar bien con uno mismo para poder estar bien con los demás, con nuestro cuerpo, la actividad que realicemos, de poder vernos a nosotros mismos. Y creo que ahí empecé a sanar. No me entiendan mal, ¿eh? Amo lo que hago, desde siempre. Mi mamá es profesora de natación y también un poco bruja por llamarme delfina. A los ocho meses me metió por primera vez en el agua y nunca más quise salir. Es mi segundo hogar. Al principio me la pasaba todo el tiempo en el club donde ella trabajaba. Mi abuela me buscaba en el colegio y me dejaba ahí. Yo corría al vestuario y directo al agua. Era mi lugar para jugar, para disfrutar, donde me sentía más segura. Ya a los 13 me di cuenta que quería algo más. Soy muy competitiva, tenía hambre de ganar algo, lo que sea. Cuando llegué al club me dijeron que primero tenía que federarme, clasificar un nacional, competir y ganarlo para pasar al sudamericano y así ir subiendo niveles hasta los Juegos Olímpicos. Yo dije, ya fue, vamos. Y cuando empecé a ganar y ganar, más crecía mi amor por la competencia y por el agua, por la adrenalina previa a subirme al cubo de partida y la sensación hermosa de haberlo dejado todo terminada la carrera. Crecía mi confianza y cierto ego también, que creo que todo deportista lo tiene, te lleva a querer ser distinto y querer ser el mejor. Pero también quienes me rodeaban me empezaban a ver más y creaban sus propias expectativas sobre mí. Sin darme cuenta me estaban colgando una mochila. Y esas miradas se fueron expandiendo más allá del ámbito deportivo al principio era todo copado ver cómo te empiezan a pedir fotos, reconocerte en la calle que lleguen invitaciones a lugares y eventos que tu nombre y tu imagen empiecen a ser algo aparecieron las grandes marcas de sponsors y la exposición en redes aumentó. Como toda adolescente, los likes se convertían en una muestra de aceptación social. Y yo los buscaba. Los primeros roces con la fama, por así decirlo, eran divertidos y sin ser todavía masivos los podía controlar. Incluso me di cuenta que podía motivar a otras personas, trascender más allá de una medalla al dejar una huella en sus vidas. Y también durante la pandemia, ayudara a que mucha gente se sintiera menos sola y desanimada. Pero como todo, hay un lado B. Toda esa energía y adrenalina que vamos sintiendo los adolescentes a medida que vamos creciendo, descubriendo quiénes somos, cometiendo errores y caminando hacia la adultez. En mi caso se convirtió en un tsunami de miradas que llegó a un punto que no había manera de controlarlo y yo me ahogaba. Tuve que madurar cosas muy rápido. tuve que madurar cosas muy rápido. Mientras mis amigas organizaban el viaje de egresados, yo me levantaba a las cinco de la mañana para ir a entrenar antes de ir al colegio. Cuando falleció mi abuela, horas antes de entrar a la Villa Olímpica de la Juventud 2018, no la pude despedir hasta que finalizó la competencia. El duelo suspendido por representar a mi país. Y cuando finalmente llegué a mi sueño, a un juego olímpico, terminé inmersa en una guerra en las redes sociales donde me atacaban sin impunidad detrás de un perfil en Internet. Donde me llegaron a decir, fracasada de mierda. Y lo peor es que yo me lo creí aprendí por mi cuenta de frente a los golpes surfeando olas prácticamente sola rodeada siempre del cariño de mi familia y de otras personas que no eran especialistas en los temas que yo necesitaba. Tuve que aprender la forma de dar notas, de qué decir o no decir en las redes sociales, de qué manera, de cómo tratar una oleada de hate, De cómo tratar una oleada de hate. De entender que las redes sociales eran un tema artificial. Que después en la vida real no me pasaban esas cosas, ni sufría esos ataques. Aunque parezca mentira, esto para mí fue un gran descubrimiento. Como otros atletas tuve que aprender a convivir con las presiones y las expectativas de los demás. Creo que lo que me pasó a mí y a otros no es inevitable. Creo que existen posibilidades de crear mejores barreras de contención con profesionales de distintos ámbitos para ayudar a cuidar a la persona que hay detrás del atleta de alto rendimiento. Es cuestión de posar las miradas donde realmente hay que hacerlo. Y eso es lo que estoy tratando de hacer. Para la delfipersona y no solo la deportista. De poder valorar a ambas. De darme cuenta que cuando me zambullo al agua y sigo la línea negra en el fondo de la pileta, obvio que tengo que tratar de nadar lo mejor que pueda. Pero cuando se acerca esa pared final, cuando llega el momento de tocarla y saco la cabeza del agua, lo único que tengo que mirar es a mi familia, a mis amigos, a mi abuela y a la delfipeque, que solo quiere jugar y que va a salir corriendo para volver a tirarse al agua. Muchas gracias. Si te gusta TED en Español, la mejor manera de apoyarnos es compartiendo el podcast con tus amigos. Puedes encontrar todos los episodios en TEDenEspanol.com o donde escuches tus podcasts. Soy Jerry Garbulski y te espero en el próximo episodio. Hey, it's Nikayla from SideHustle Pro. From a local business to a global corporation. ¡Gracias!